Desde pequeña los Andes y la Amazonía confluyen en mis sueños, el llamado de la montaña y la selva palpita en mi corazón.

Ahí, en esa confluencia, encuentros anhelados abren espacio a la expresión de un infinito sentir. Expresiones nobles, sinceras e ingenuas honran la pureza del ser y se guardan cálidamente en una sonrisa, en un abrazo y en un café. A veces son expresiones que se guardan en una mirada a través de paredes que simulan ser hielo, porque tal vez -sólo tal vez- aceptar los cambios y honrar los sentimientos genera mucho miedo.

Un retorno al origen de los sueños permite reflexionar, ver al cielo con estrellas y a la luna brillar. El alma se nutre, la creatividad florece, y cuando por fin das por finalizado ese ciclo del camino, el universo coloca en tus manos aquello que en un momento tanto se anheló, aquel primer gesto que tanto amor generó: un lugar sagrado delineado en tonos plateados.

Y es así como aquello que siempre significó la entrega al sentir, se ha manifestado en palabras que nunca pensaste se podrían decir. Y así fue, aquel primer gesto que tanto amor generó, y el universo en mis manos otra vez colocó, sigue significando la entrega a un hermoso sentimiento y la certeza de honrar el origen de mis sueños. Un lugar sagrado: mi corazón.

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