Las cosas no cambian; cambiamos nosotros. Henry David Thoreau

 Es evidente que, pese al desarrollo de programas y campañas educativas, los innumerables eventos científicos realizados, la implementación de normas sancionatorias  y la abundante bibliografía ambientalista acumulada, el hombre aún no ha concienciado a plenitud la necesidad de defender el ecosistema. Siguen produciéndose acciones que atentan contra el medio ambiente; y lo más triste, contra la posibilidad de formar una auténtica conciencia conservacionista. Hay personalidades e instituciones que, teniendo la formación, los instrumentos y la autoridad moral para criticarlas e impedirlas, se hacen los desentendidos y callan.

¿Cuántas veces no hemos observado en películas, vídeos o telenovelas escenas en las que algunos personajes tiran basura en las calles o en el mar? Son acciones que,  aun cuando tengan un carácter ficcional y se orienten a conferirle mayor dramatismo o énfasis a una escena,  perjudican tanto o más el medio ambiente como la del hombre de carne y hueso que arroja un papel a la calle; puesto que, lamentablemente, refuerzan la concepción de que no hay nada de malo con tirar basura a la calle o al mar. Ello debería llamar la atención de todos en general, pero estamos tan acostumbrados a presenciar estas acciones en nuestro entorno que simplemente pasan desapercibidas. 

Algunos tal vez tildarán de nimiedad o tontería este ejemplo, pero estos detalles reproducen el comportamiento indiferente de quienes no han recibido una educación adecuada o no poseen sensibilidad hacia la temática ambiental; además considero somos lo suficientemente creativos para transmitir cualquier mensaje y a la vez reforzar en los espectadores una conducta más sana, la cual contribuya al desarrollo de la sociedad y no contenga este tipo de imagen poco edificante.

Los medios de comunicación constituyen un mecanismo poderoso de transmisión de mensajes sociales que debe ser utilizado responsablemente para educar y no para afianzar la conducta egocéntrica del ser humano. Deberían reflejar no sólo la sociedad que tenemos, sino también la que queremos. Aprovechar estos instrumentos para orientar o formar a quienes no tienen la posibilidad de recibir una educación directa apropiada, de modo que puedan ser ciudadanos capacitados para discernir entre lo bueno y lo malo o lo que realmente favorece y desarrolla a una sociedad. Este es un problema de responsabilidad social y una tarea impostergable.

Lo anterior puede hacerse, incluso, desde la publicidad. Así como utilizamos con maestría y eficacia las herramientas comunicacionales para promocionar un producto y venderlo, ¿por qué no las utilizamos, sin menoscabo de nuestros intereses mercantiles, para transmitir un mensaje que contribuya con la educación de la población o por lo menos que refuerce valores positivos en las comunidades?

Nuestro llamado es entonces a activar el lado verde que todos llevamos dentro. La educación ambiental no es un problema que atañe solo a los educadores. Todos debemos contribuir a sensibilizar la relación hombre-entorno y generar una conciencia ambientalista que esté presto a criticar lo que, directa o indirectamente, afecte la integridad del ecosistema. En el fondo es el verdadero “desafío del desafío” del que nos habla el maestro francés Edgar Morin como condición de un mundo más armónico. Hay que aprender a vivir, porque en realidad no sabemos.  

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