Me decía “no deja de asombrarme como mi vida ha cambiado”. Seguramente tenía cara de estar perdida como ya se hace costumbre, pero intentaba disimularla resguardándome en una pequeña fuente de soda que conseguí. Sin duda alguna mi acento y cara de resignación por tener que esperar a la reunión pautada fue muy evidente, así que tomé asiento para degustar el café.

El lugar era atendido por el señor Pedro José, quien me pidió que lo llamara Pepe. Me comentó que parecía común que las “chamas” tomaran café caliente, y sin azúcar, así hiciera calor. Me dio risa que me llamara “chama” con tanta naturalidad y su comentario me hizo recordar la cara de sorpresa del Jefe de Paracas cuando luego de un almuerzo, mientras estuve como voluntaria en la Reserva, le pregunté si quería un café. Imagínense un café caliente a mediodía en medio del desierto, creo que la explicación a ello es genética: soy hija de Braulio.

Conversamos poco más de una hora, entre las pausas propias de las responsabilidades que cada quien debía atender.

Moraleja impulsiva…

Esta es la Latinoamérica que amo profundamente, donde un pequeño y sencillo lugar, en cualquier ámbito desconocido, te hace sentir en paz y segura. Donde se generan diálogos amenos para compartir diferentes puntos de vista con respeto, honestidad y sin agendas ocultas o imposiciones jerárquicas.

Esa es la realidad en la que deseo vivir y la burbuja que busco expandir.

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